Tenía apenas 38 años y un montón de sueños por delante.
A mi hermana Gabriela Soto García la atropellaron el 18 de diciembre de 2020, venía de regreso a casa en su bicicleta, amaba la bicicleta y amaba la vida. Nosotras éramos inseparables, hasta que la imprudencia de un chofer decidió que la vida de mi hermana no valía tanto como ganarle a su compañero. Y hoy escribo estas palabras para ti, que quizás estés pasando por un evento similar, o conoces a alguien que ha perdido a un ser querido en un siniestro vial.
La muerte llega cuando menos lo esperamos y aunque deja siempre mucho dolor, también nos trae aprendizajes. Quiero compartir los míos, obtenidos a partir de mi experiencia y del activismo que comencé a hacer desde que Gabi falleció, para así poder aligerar el camino a quien desafortunadamente también tenga que recorrerlo. Y es que cuando las cosas se salen de lo que es “normal” en la vida, se vuelve muy doloroso.
Claro que nada te prepara para estas situaciones, pero Gabi siempre me enseñó a ser perseverante, “es difícil hermana, pero no es imposible”. Dicen los que saben, que el duelo es un proceso con etapas muy claras y marcadas, y que una vez que las superes todo volverá a la normalidad. Incluso en su afán de ser empáticos, muchos te dirán que estás en la etapa X y que después sigue Y o Z, y que solo es cuestión de darle tiempo al tiempo.
La verdad es que no siempre es así: el duelo es una montaña rusa de emociones que van, vienen, suceden al mismo tiempo, se encuentran y hasta chocan de frente. Y mientras tú te sientes triste, alguien más reacciona enojado, apático, desesperado o hasta optimista. Y no hay nada de malo en ninguno de ellos, cada cabeza es un mundo, cada quién asimila los momentos de distinto modo y de acuerdo con su personalidad. Se debe vivir el proceso como el corazón nos dicte y no sin desesperarnos si los demás lo hacen distinto a ti; sin duda nadie te dice cómo reaccionar cuando maten a tu familiar, cuando una imprudencia, se lleve sueños y proyectos; no nos preparan, sin embargo, en el camino he aprendido a abrazar mi dolor, ver las estrellas y recordar que arriba está la osa mayor… y la menor pedalea junto a sus nuevos amigos ciclistas por un mundo mejor.
No sé si es bueno o malo, pero si algo tengo muy claro es que ya no soy la misma persona que era hace 20 meses. El tiempo, algo de lectura, idas y vueltas a la fiscalía, rodadas por justicia, el acercamiento con más víctimas indirectas y muchas noches sin dormir me han ayudado a procesar y entender que he cambiado, y la pérdida de Gabi me ha dado una nueva perspectiva sobre la vida, las relaciones y las cosas que verdaderamente importan. He aprendido a valorar lo que antes me parecía simple y a apreciar todo aquello que normalmente damos por sentado.
Si algo me queda claro es que, aunque se haya ido, la persona que amas seguirá siendo el maestro de vida del que seguirás aprendiendo durante mucho tiempo. Gabi me sigue enseñando, todos los días, aun los que son difíciles desde que abres los ojos, la siento diciéndome: hermana, no es tarde para alguna Gabi, hermana a quién podemos ayudar hoy, ¿a qué Gabi podemos salvar hoy?
Tras la partida de Gabi alguien me dijo “no es el por qué, sino el para qué” y aprendí que cuando alguien muere siempre deja en sus seres queridos un vacío con el que cada uno tiene que lidiar de una u otra forma. Hay quienes encuentran paz en la religión, hay quienes lo trabajan en terapia o hay quienes lo bloquean hasta que empieza a salir por lugares insospechados.
Yo he ido encontrando la paz al entender que mi hermana vive en mí, en la forma que moldeó mi vida y la de todas las personas que la conocieron. Y su trascendencia está en la influencia que dejó en mí y en lo que yo hago para que esa influencia se mantenga viva a través de esta exigencia por justicia. Y así, lo que yo pensaba que era un vacío, en realidad está lleno de vida.
Continuará…