Hace 19 años, el 21 de septiembre del 2000, me convertí en mamá por primera vez de una hermosa pequeña pelirroja. La nombramos Farah, “La que trajo alegría al hogar”. Pasaron dos años y el fin de semana del 15 de septiembre del 2002, mi hermano se casaba en el pueblo de Sahuayo, Michoacán.
Nosotros vivíamos en la Ciudad de México y fuimos por supuesto toda la familia y amigos. En nuestra camioneta, una Windstar, viajábamos 9 adultos y tres bebés, de 3 meses, 1 año y mi niña que estaba a una semana de cumplir dos. Por supuesto, no llevábamos ningún autoasiento.
Transcurrió el fin de semana y el lunes 16 de septiembre regresábamos a casa. Yo, mi amiga y mi cuñada, llevábamos a nuestros hijos en nuestras piernas. Nadie excepto el conductor y el copiloto, llevábamos cinturón de seguridad. Una de las llantas de la camioneta sufrió un desgajamiento por defecto de fábrica y volcamos a 100 km/h. No volví a ver a mi hija.
La camioneta dio tres vueltas en el aire y todos los que viajábamos en la parte trasera, sin cinturón, salimos despedidos de ella. Todos quedamos esparcidos entre el camellón y el sentido contrario de la carretera. Yo perdí el conocimiento en la primer volcadura y desperté sumamente malherida en el pavimento sin poder moverme, menos levantarme. Cuando el padre de mi hija, se me acercó a ver cómo estaba, fue por supuesto mi primer pregunta: “¿!Farah…!?” Él sólo movió negativamente su cabeza y rompió en llanto. Supe que no la volvería a ver… Los otros dos bebes resultaron ilesos pero sus madres murieron.
Honestamente, jamás pensamos en usar un autoasiento, nadie lo hizo. No era una época en que fueran siquiera conocidos y/o de uso común, al menos no por nosotros, no sé el porqué. 14 años después me convertí en madre nuevamente y una de las primeras cosas que sabía debía adquirir, fue un autoasiento. Lo usamos desde que salimos del hospital y aunque los primeros dos años fueron muy complicados porque es difícil escuchar a tu bebé llorar por querer ir en tus brazos, es un millón de veces mejor escucharlo llorar que no volver a escucharlo nunca más.
Ahora mi niño está cerca de cumplir 4 años y por supuesto seguimos usando su autoasiento, ya sabe que cada quien tiene su lugar en el carro y viaja tranquilo. Aprendí a vivir con el dolor de la ausencia de Farah y sé que la extrañaré por siempre… y es por eso que de corazón espero que experiencias como la mía, cada vez sean menos… hasta que deje de existir una sola madre que pierda a sus hijos en un accidente automovilístico.
Con amor.