por Laura Patricia Moreno

Empezar un nuevo año representa una gran oportunidad para hacer realidad nuestros proyectos. Dios, la vida, el universo, nos están regalando tiempo para hacerlo. Muchos somos afortunados de iniciar el 2023 con vida y salud, sepámoslo aprovechar, este 2022 que pasó, fue testigo de miles de hechos viales que acabaron con la vida de muchos mexicanos, o los dejaron con alguna discapacidad permanente, hubo quien incluso comenzó este año en un siniestro vial. 

 

¿Te das cuenta de lo afortunados que son algunos, de poder compartir con familia y amigos nuevos propósitos, metas y proyectos? Ojalá yo aún tuviera la oportunidad de compartir mis logros, mis miedos y sueños con mi hermana sin embargo, eso no me es posible desde diciembre de 2020, cuando fue atropellada mortalmente y mi vida cambió, a finales de ese año, surgieron en mí varias preguntas. 

 

Cuando el año 2020 estaba por terminar, analizaba cómo sería vivir ahora sin Gabriela Soto, mi hermana; además de pedir justicia por su muerte ¿Quería darle un nuevo rumbo a mi vida?, ¿Cambiar definitivamente un mal hábito?, ¿Aprender una nueva habilidad?, ¿Cómo lograría evitar que más personas vivieran por lo que yo estaba viviendo, cómo prevenir más hechos viales? 

 

Reconocí la clave el primer día que tuve que manejar, me dirigía con los agentes de investigación a ver el caso de mi hermana, y entendí todo: estaba en mí tener la capacidad de renovar mi forma de conducirme en las calles, ya fuera como peatón, como conductora de un vehículo particular o como usuaria del transporte público y en ese momento no lo sabía pero también como ciclista amateur; pude ver el mundo de posibilidades que tenía para evitar que más personas vivieran lo que yo aún hoy día, sigo viviendo, y tuve también la determinación, la actitud y el deseo que se necesita para comenzar a actuar. 

 

Muchos me han dicho, que qué cambio hago yo, siendo solo una persona, que el cambio se genera con las mayorías, que yo sola no iba a mover nada, y es cierto, todos quieren ver un cambio en nuestro país, más seguridad, menos violencia y un espacio para poder convivir, pero pocos somos los que nos paramos frente al espejo y decimos, el cambio empieza por mí.

 

Y comencé el 2021 aprendiendo a convivir, aprendiendo a ver la selva de asfalto en la que me muevo, he aprendido a compartir las calles con los demás usuarios y por eso puedo decirte que no es necesario perder a alguien en un siniestro vial para darte cuenta de que las cosas las puedes cambiar tú, no es necesario que vivas el dolor y la pérdida que millones de familias hemos perdido para que comiences a re analizar tu forma de conducirte por las calles y carreteras que te llevan a tu destino. 

 

Yo me di cuenta que en esta selva de asfalto, como muchos también fui una bestia, cuando me paraba en un alto pero invadiendo la marimba peatonal, cuando no usaba mis direccionales para anunciar una vuelta o giro, cuando apuraba al peatón a cruzar la calle, sin saber que son ellos quienes tienen prioridad en la movilidad; fui parte del problema y pude reconocerlo, comencé a reeducarme, pensando que si yo como conductora, hacía las cosas bien, le estaría ganando a la probabilidad de que yo participara en un siniestro vial. 

 

Es cierto que aprendí a manejar, pero como me decía mi hermana: sabes manejar, pero realmente ¿sabes conducir, o solo mueves una máquina? Y confieso que ella se empeñó en que yo aprendiera los señalamientos antes de incluso permitirme encender un carro, me enseñó tantas cosas sobre la movilidad, cosas de las que ahora que no está soy consciente; y espero que tú al igual que yo en ese 2020 y desde que ella se fue, seamos más razonables en nuestras formas de conducirnos en las calles, no solo nos movamos de un sitio a otro; tenemos este 2023 trescientas sesenta y cinco oportunidades de evitar un siniestro vial, aprovechemos cada una de estas oportunidades. 

 

Cuando salgas más tarde o mañana temprano, te invito a que analices tu forma de movilidad, te invito a que aprendas a compartir las calles, pues peatones, ciclistas, motociclistas, choferes de transporte público y conductores en general tenemos derechos y sobre todo obligaciones allá afuera, de la vida todos somos responsables, y en cualquier momento nos podemos ver inmersos en un siniestro vial; por eso, respeta las señalizaciones, respeta a los más vulnerables (peatones y ciclistas) y sus espacios, usa las direccionales, las intermitentes y realiza tus cambios de luz, por algo se incluyen en tu vehículo, recuerda que la velocidad mata, no conduzcas en estado de ebriedad a todos, absolutamente a todos, nos están esperando en casa, pide la parada en donde indica, tramita tu licencia y ten todos tus documentos en regla, es parte de tu obligación como conductor de un vehículo motorizado, no ruedes por la banqueta, procura no ir en sentido contrario, levanta la voz y dile a ese chofer que no vaya tan rápido, yo sé que todos a veces vamos tarde, pero recuerda que en ese taxi, en esa combi, en ese bus… va tu vida y que una imprudencia va afectar a cada uno de los involucrados y a terceros, si eres testigo de un siniestro vial, AYUDA dentro de tus posibilidades, si fuiste parte de un siniestro vial, no te des a la fuga, piensa en el daño que le ocasionarás también a tu familia. 

 

Exigir, señalar, condenar, delegar es fácil, culpar es fácil y quejarse es fácil pero dar el ejemplo es lo difícil, que lindo decir que lo que me toca hacer que otro lo haga, no se puede cambiar un pueblo de mente vaga; en tus manos, en tu andar, está el cambio que necesita nuestro país para tener seguridad vial, te invito a hacer este pequeño ejercicio de movilidad segura en recuerdo de quienes no están, porque nadie merece vivir esto, porque si el día de mañana tu faltas, habrá alguien que te extrañará cada año nuevo.

 

 

Feliz 2023 lleno de nuevas oportunidades. Esta historia comenzó también hacia las tres de la mañana, pero del 12 de junio del 2011. Laura Patricia Moreno Hernández dormía cuando sonó su teléfono y la voz preguntó si era mamá de Shamir Javier González Moreno.

Adormilada aún, Laura preguntó quién llamaba. “Hablo porque Shamir tuvo un accidente”, le dijo.

Pensando que era una broma de algún amigo de Shamir el chico entonces de 22 años y sus conocidos solían llamar a las casas para jugar con los seres queridos, Laura, empleada de una dependencia oficial, contestó molesta: 

“Oye, ¿ya te fijaste la hora que es? No estés jugando”, dijo y colgó, pero marcó al celular de su hijo. Le contestó la misma voz.

“Señora, no es broma: yo venía atrás del carro en que venía su hijo y chocó contra un muro del metro en Universidad. La muchacha, una güera que viene con él, está como muerta, y como el muchacho gritaba mucho lo sacamos del carro”

Pronto, esta mujer, alta, de tez blanca y ojos negro intenso, llegó al Hospital Universitario y le confirmaron que ahí estaban Shamir y su novia, Karla Perezgómez, de 25 años, ambos en coma.

La inflamación de la cabeza de aquel muchacho conectado a manguerillas y a un respirador era tal que Laura no lo reconoció: fue hasta que le descubrió una pulserita en el tobillo que comprobó su identidad. Cuando le dijeron que llegaron en estado de ebriedad, la mujer explotó y le reprochó a su hijo entre gritos y maldiciones.

“¡¿Cómo me haces esto?!”, enfureció. “¡¿Cuántas veces te dije que si tomabas no manejes?!”. En esos momentos, presa del sueño del que no despertaría, el cuerpo de Shamir se movía sin control y de sus párpados cerrados corrían lágrimas. 

Nueve días después, así lo cuenta, en el instante en que el corazón del muchacho dejó de latir, Karla regresó del coma: requirió operaciones y rehabilitación.

En tanto, Laura, madre de dos hijas más chicas que Shamir, entró en depresión “me cayeron de golpe 20 años encima” que inició desde el funeral: no quiso ver a nadie, sepultó rápido a su muchacho, “mi niño”, y al llegar a casa embolsó fuera de sí todas las pertenencias del joven y las tiró a la basura o dejó que se las llevaran los amigos.

“¿Cuando menos te quedaste con algo de Shamir?”, le preguntaron, y ella movió negativamente la cabeza. Sólo el recuerdo.

Laura cuenta quién era Shamir: “Él no era mi hijo biológico: a los dos años me lo dejó mi hermana, pero yo lo crié, estuve con él navidades, cumpleaños, graduaciones, día de las madres. “Estudió leyes como yo y estaba a punto de graduarse. Trabajaba conmigo: todas las mañanas me iba a dejar a mi oficina, él se iba a la suya, comíamos juntos”.

Laura es divorciada, así que la familia perdió al hombre de la casa, quien apenas era un chico. Días antes del accidente, ella le había quitado la camioneta, pues unos sospechosos lo habían seguido al parecer para robársela. Ya tenían visto un auto modesto.

El último día que pasó en casa, Shamir se negó a asistir a una comida familiar, porque prefirió dormir; limpió el jardín, fue a dejar una computadora de su madre para que la repararan y le pidió dinero para la noche: le dio 200 pesos.

Hoy, la mujer está convencida de que lo mimó y que debió estar más atenta a él.

“Debí haberlo encaminado más, hablarle ese día. No debí quedarme dormida”, afirma.

“No debí dejarlo ir: faltó insistir mucho más en que, si bebía, no manejara”.

Llena de culpas, se abandonó a sí misma: sólo quería estar encerrada, dejó de atender la casa, a sus hijas les empezó a ir mal en la escuela. Al ver demolida a su hija, sus padres se mudaron al cuarto de Shamir para tomar el control de la casa.

Laura buscó la calma en iglesias, libros, psicólogos y psiquiatras. En vano. “Quería irme fuera de la realidad, tenía mucho coraje con la vida”, dice y agrega que, por rabia y tristeza, se negó a cobrar el seguro por su hijo.

Han pasado los años, nada ha vuelto a ser igual, afirma, pero halló también en el grupo de duelo de NACE un lugar para la resignación y el autoconocimiento: escuchar a otras personas que perdieron hijos, no todos por accidentes relacionados con alcohol, le impide sentirse sola.

Se ha vuelto, eso sí, aprehensiva con las niñas, sobre todo con la grande, de 19 años: a donde va, la madre le telefonea todo el tiempo para advertirle que no beba, que no se mueva de lugar. Su hija le dice que está bien, que se calme.

“Cuando bebes no tienes reflejos, conduces rápido, tu visión es mala”, suele decir Laura. “Mi consejo es que no bebas si vas a manejar, tampoco te subas al carro de una persona alcoholizada”.

Se lo repite a su hija y a quien la quiera escuchar: “cuidado donde andes, si tomas no manejes”.

“No vuelves a ser el mismo”.

Testimonio de Laura Patricia Moreno

 

Shamir Javier González Moreno hijo de Laura